No hace falta explicar mucho los efectos terapéuticos que ejerce la música. De una forma u otra todos la utilizamos de forma natural y conocemos de primera mano el gran poder que tiene.
Hay días que nos sentimos tristes y buscamos canciones que nos hacen sentir mejor. Otros días necesitamos escuchar música que nos transporte a lugares pasados y nos permite revivir las mismas emociones que vivimos tiempo atrás. Otros días tocamos instrumentos o cantamos para expresar emociones que necesitamos hacer fluir.
Algunas personas componen canciones, y a través de una melodía dan forma a una idea, vida a emociones, o imágenes sonoras a experiencias que necesitan expresar en alto.
Por alguna razón filogenética (de adaptación de nuestra especie) la música, o lo musical, aparece de forma innata y natural en los bebés (Mayumi et al. 2012; Grosléziat 1998; Jaffe 2001; Trehub 2003; Trehub 2010; Young et al. 2012). Los bebés antes de hablar entonan diálogos con sus padres, se sienten movidos por voces melódicas, por ritmos estables, por tonalidades mayores y por estructuras melódicas cíclicas que pueden anticipar y les transmite seguridad. Muchos estudios han encontrado que los niños de forma instintiva (Ball 2010) saltan, bailan, marcan ritmos, cantan, paran al escuchar una música que les gusta, exploran sonidos.
Hay algo natural que les mueve, algo de la música que necesitan, o que pide su cerebro para facilitar el aprendizaje. Es por esta razón que los seres humanos buscamos lo musical de una forma tan natural e innata.
Además, hay algo impresionante del canal musical, es paralelo al lenguaje y a la comunicación no-verbal, y parece ser que facilita la adquisición de ambos (Patel 2008; Steinbeis y Koelsch 2008 a y b; Patel 2007; Fitch 2006; Patel 2003. Patel y Daniele, J.R, 2003; Besson y Schön 2001; Fitch 2000; Feld y Fox 1994; Bright 1963).
Por ejemplo, los bebés y sus padres utilizan canales melódicos y rítmicos que favorecen la comunicación y la adquisición del lenguaje. El uso de una voz melódica parece ser que facilita la conexión interpersonal con el adulto y que favorece las interacciones coordinadas y positivas. A su vez, el uso de sonidos, silencio, canciones promueve el intercambio de emociones del adulto con el niño, y favorece la comprensión de éstas.
Basándose en el pensamiento de Lev Vygotski, Ángel Rivière (1992) describió las Funciones Superiores de humanización como aquellas capacidades que requieren de la interacción con los demás para funcionar en su plenitud (el lenguaje, la capacidad de Teoría de la Mente y pensamiento mentalista, juego simbólico, perspectiva del Yo frente al Tu, etc.).
Peter Hobson y su equipo (García Pérez 2004, 2007; Hobson, 1993, 2002, 2007) han aportado evidencia científica sobre la importancia de los procesos subyacentes a la comunicación no verbal, y en concreto a la capacidad de conectar con los demás emocionalmente para el desarrollo de estas capacidades.
Además, existen muchos estudios científicos que han encontrado que los canales musicales favorecen la adquisición de dichas capacidades, y que además estos canales musicales se encuentran intactos en muchas personas que tienen alguna alteración cognitiva, como es el caso de las personas con autismo (Bonnel et al. 2003; Brown et al. 2003; Brownell 2002; Buday 1995; Ceponiene et al. 2003; Heaton 2003; Heaton et al. 1998, 1999, 2001; Mottron et al. 2000; Thaut 1987, 1998).
El autismo
Realmente todavía no sabemos qué es el autismo, tan sólo conocemos cómo se muestra.
Las últimas investigaciones apuntan a que hay algo en el cerebro del niño que altera la forma que el niño tiene de procesar la información y de responder a ella (F. de C. Hamilton 2013), por lo que se produce un efecto en cadena de alteraciones en el desarrollo de varias capacidades fundamentales para la adquisición del lenguaje, la comunicación y del pensamiento organizado y flexible a edades muy tempranas.
Varias de esas capacidades primarias alteradas parece que están asociadas a aspectos interpersonales de la capacidad de imitación, capacidad de atención conjunta y capacidad de referencia social (entre otras) (Hobson 1993, 2002, 2007).
Muchos estudios han encontrado que las personas con autismo mejoran su aprendizaje cuando se les ayuda a reforzar áreas del desarrollo que se encuentran afectadas.
Por ejemplo, existen terapias basadas en reforzar la capacidad de imitación del niño, la capacidad de atención conjunta, coordinación de movimientos corporales y faciales, coordinación de diálogos verbales y no verbales, etc. (Ingersoll 2012; Nadel et al., 2008). Muchas terapias actuales con personas con autismo han encontrado que la base del tratamiento está en reforzar aspectos de la comunicación no verbal del niño a través de la interacción y el juego, de la manera más natural posible, y especialmente involucrando a la familia (Greenspan et al. 2006; Gutstein 2007).
De esta forma reforzamos que el niño o la niña ralentice la interacción, y vaya abriendo cada vez más la puerta hacia los demás, y por lo tanto abriendo sus canales de aprendizaje.
Tiene sentido pensar que si una de las mayores dificultades de las personas con autismo deriva de alteraciones en la comunicación no verbal y la interacción (y por lo tanto en lo que aprendemos a través de ello), creemos terapias que precisamente ayuden a reconstruir estas capacidades evolutivas tan importantes para el desarrollo de la mente.
A veces parece que se nos olvida esto cuando creamos terapias donde exponemos a la persona con autismo a permanecer sentados en una mesa observando fichas y material visual de forma totalmente directiva para trabajar directamente el pensamiento o áreas cognitivas por separado, o cuando trabajamos la conducta durante horas sin tener en cuenta las causas de dicha conducta y bloqueamos las expresiones del niño negándole realizar algo sin más, y le «modelamos» como si de un muñeco se tratara.
Más aún, a veces parece que se nos olvida que los niños con autismo son ante todo niños, y debemos tratarles con tal, con la misma naturalidad que lo haríamos con cualquier otro.